No recordaba haber oído que su estado era grave. Ella apenas era una adolescente con pocas nociones de vida, más allá, de unos tantos libros.
Sin embargo él, maestro en sabiduría, se debatía entre la muerte y la vida. Siempre luchando por sobrevivir a tan tremenda agonía.
Él preso, ella libre. Libre por no saber.
No obstante, desconocía la mala noticia. Ni ella ni su hermana tenían constancia de ella. Y creía que la existencia, fuera de aquellas cuatro paredes, era de color de rosa.
Ella presa y él libre. Libre al ser no ser consciente.
La situación era tensa. El diagnóstico del médico no era alentador. Las caras largas con miradas tristes. Esperaban un milagro mientras su cuerpo se consumía.
Ella quería verle, deseaba sentir su presencia. Se acercó a él y su corazón dio un vuelco. No le conoció a primera vista. Pero sí, dijo que era él.
Postrado en una cama, entubado por todo el cuerpo, con el pelo blanco y extremadamente delgado. Se quedó mirándolo fijamente durante un tiempo. La chica no reaccionaba. Había recibido un fuerte impacto que la había dejado paralizada. Por un momento no supo quién era ni dónde se encontraba.
Cuando ella volvió en sí, quiso abrazarle y demostrarle cuánto le quería. Transmitirle su fuerza. Inyectarle una dosis de vitalidad. Lo intentó pero no pudo. Sintió pena por él pero no lloró. Nunca imaginó verle en ese estado; lo hizo para cerciorarse de que aún tenía aliento. No quería perderlo pero sentía que se lo llevaban. El cáncer le arrancaba una parte esencial que nunca más le devolvería.
Tan joven, tan niña, tan inocente...que ya no volvería a ser la que era. Experimentaría el dolor, la amargura, la soledad, la tristeza... La dejarían en un luto permanente.
Un atisbo de mejora le hizo recuperar la esperanza pero desafortunadamente solo fue un espejismo porque el destino decidió que aquel fatídico nueve de enero, escribiera, su última página. Cerró los ojos y la dejó para siempre. Aunque siempre vivirá en su memoria.