"UNIDOS POR UN PRESAGIO"
1ª PARTE
Fuera de cualquier punto imaginable de la mente humana, se desarrolla algo parecido a un laberinto, una historia sin principio ni fin, llena de entradas y salidas en las nunca sabrás lo que te vas a encontrar.
Así, con miles de puertas de entrada y salida era la mansión de “Los Elegidos”. Una casa palaciega de medidas inmensurables con cierto aire místico. En ella vivía una familia compuesta por el momento, por tres miembros, pero no tardarían en aumentar su prole porque esperaban gemelos para la próxima primavera.
Habitaban en una pequeña aldea y la población se distribuía en torno al centro de la misma. A excepción de esta familia; que vivía alejada del núcleo urbano por cuestiones económicas. Curiosamente vivían en la casa más grande de toda la aldea, era sin duda la mejor de por allí. Cuentan que vivían en ese lugar porque no podían acceder a otro mejor y es que esa casa era un tanto peculiar.
La familia tenía una hija pequeña a la que alimentaban como podían y que les suponía bastantes gastos. Era evidente que no era una época propicia para el nacimiento de otros dos más. No obstante se las arreglarían para sacar a toda la familia adelante pues presumían de ser gente ahorradora y trabajadora.
A medida que el tiempo pasaba, la niña crecía y la familia sobrevivía, a duras penas, pues el invierno había hecho estragos y carecían de provisiones. La familia no estaba preparada para dar la bienvenida a dos hijos más, no contaban con los recursos suficientes para atenderlos.
Llegado el momento, la madre dio a luz en unas condiciones deplorables; una condiciones que pudieron haberse cobrado tres cuerpos. Sin embargo, los llantos rompieron el silencio embriagador; unos llantos que anunciaban vida. A la luz de los presentes, dos pequeñuelos varones exactamente iguales, aparentemente sin ninguna marca de diferencia. Una casual y extraña coincidencia. La madre les adjudicó por nombre Leonardo y Romualdo.
Continuará...
2ª PARTE
Días después del parto y tras haber abandonado el dolor; meditaba cómo sacaría adelante a sus pequeños. Por el momento tendría que afrontarlo ¿pero...cómo? quizás lo que le esperaba era peor de lo que ella preveía.
Los pequeños pasarían tiempos difíciles, tiempos de hambre y desolación hasta que alguien quisiese apiadarse de ellos o quizás, hasta que los duros momentos por los que atravesaban, se quedaran atrapados por siempre en el pasado y el futuro les ofreciera una vida mejor. Mientras tanto, aunque no bien nutridos, crecían y al ritmo que crece la hierba, se iban haciendo mayores.
Solían jugar frente a la casa y desde cerca su madre los divisaba. Pero hubo un día en que tuvo que alejarse en busca de agua y desde la distancia vio pasar un carruaje a gran velocidad, uno que paró un instante y desapareció. Aparentemente era normal, era una zona transitada pues por allí discurría el camino al pueblo.
Cuando la madre regresó para vigilarlos, solo encontró a un pequeño en el lugar donde habían dejado a ambos. Rápidamente la madre comprendió que aquel carro con caballos se había llevado a Leo. Ésta desesperada y sin pensarlo, comenzó a correr tras él, con el otro en brazos, gritando irritada sin hallar respuesta; era evidente que alguien quería hacerle daño y arrebatarle la vida que con aquel pequeño se iba.
No sirvió de nada correr, ni gritar, nadie la oyó. Ahora nada tenía consuelo para ella, nada, salvo tener al lado a su pequeño. Quería pensar que nada de eso le había sucedido pero por su mente sólo vagaban pensamientos cargados de culpabilidad, de impotencia, de rabia y desesperación.
Exhausta y lastimada, regresaba a casa. Su dolor era tan grande, tan profundo...le habían arrancado el corazón de su pecho, le habían arrebatado lo que más quería.
Intranquila, daba vueltas de un lado a otro, estaba herida. Pensar en encontrar ayuda la consolaba por instantes. El instinto la llevó a buscarla y ésta iba ya en su auxilio pues sus gritos habían hecho eco. Ahora también el padre lloraba la perdida de un hijo, que quien sabe donde pudiera estar.
Continuará...
3ª PARTE
La suerte de Leonardo era ahora incierta, un caballero lo llevaba en su carruaje, cabalgando velozmente entre los árboles y dirigiéndose hacia un paradero desconocido. El pequeño lo miraba atentamente y no lloraba, pareciera como si no se hubiera dado cuenta de aquel extraño cambio y con normalidad era conducido al “reino de Sirivijaya”; un reino que llevaba el nombre de su propio rey. Un rey poderoso y muy sabio.
Leonardo miraba en todas direcciones, el carro continuaba moviéndose y zarandeando al niño. Quieto y tranquilo observaba su alrededor.
La neblina del lugar envolvía a aquel caballero y una bruma espesa atípica en una noche de verano, hacían, que a cada paso, desaparecieran entre tan tremendo oleaje. El camino estrecho y angosto precipitaba al caballero a su destino. Tras una larga cabalgata, el caballo se detuvo a los brazos del castillo. Su sombra hacía fiel reflejo en el agua del río y el caballero aguardaba impaciente la llegada del guardián de los portones.
Continuará...
"NORA DIO A LUZ"
Nora dio a luz, entre los escombros, a un precioso niño. Su pequeño cuerpecito se encogía con el frío de la mañana. Quiso arroparlo pero no tuvo con qué. Y entre unos cuantos trapos andrajosos lo envolvió. Lloraba e hizo el amago de darle el pecho. Tuvo la tentación de dejarlo allí, a esperas de que alguien lo recogiera, pero no tuvo el valor. El lazo que los unía era más fuerte que la propia tentación, pues lo había llevado en sus entrañas. Y si allí, lo hubiera despojado, la muerte se lo habría llevado.
Errabunda, caminaba con él en los brazos y pedía limosnas para sobrevivir, para amamantar a su chiquillo pero no halló respuesta, nadie escuchó sus alaridos de dolor. Y siguió recorriendo calles y callejones en busca de una ayuda que nunca llegaría.
Desamparada, buscó un hueco en el que poder cobijarse de la noche. Había oscurecido y la luna blanca alumbraba como un potente faro de luz. La criatura miraba a su madre con ojos deseosos, esperando recibir un poco de mimo. Una caricia, un beso que le demostrara cariño y afecto. Sin embargo, nada de eso recibió tan solo duras palabras de desaprobación y reproche. Era evidente que el mundo no lo recibía con los brazos abiertos sino que lo acogía con dureza a pesar de analizar la fragilidad de su cuerpo casi desnudo. Instintivamente comenzó a llorar, esperando que alguien callase su boca con un poco de alimento pero se cansó de tanto sollozo y hasta las lágrimas se le secaron. Después de largo rato se calmó pero el hambre no se sació.
Y las primeras luces del día los sorprendieron en un rincón húmedo y fresco como la mañana, a ella la encontró dormida y al pequeño... con los ojos bien abiertos, temblando de frío y medio moribundo, pues ya llevaba horas sin probar bocado.
Una sirena de alarma les despertó y les anunciaba, con sonido estridente, que debían abandonar su refugio. Se levantó de aquel recoveco, cogió al niño casi sin fuerza y huyó de aquel escondrijo. Consiguió huir sin ser vista y atajar callejones hasta estar segura de no ser perseguida. El bebé comenzó a llorar, intentó callarlo con algunas provisiones que había robado por el camino, pero no pudo. Le tocó la frente y creyó que tenía fiebre. Su delicada piel ardía y comenzó a ponerse nerviosa, no sabía que hacer. El pequeño había pasado hambre y frío y ahora estaba enfermo. Se culpó por no haberlo abandonado antes, por no haber tenido el valor para hacerlo y aunque sabia que no era la mejor opción, no tenía alternativa. El miedo de ser encontrada y devuelta a la cárcel estremeció su cuerpo y le hizo pensar donde dejar a la criatura. Tenía que ser cautelosa y no levantar sospechas. Tapó al niño con unos trapos y se dirigió al otro lado de la ciudad. Llamó a la puerta de un caserón y salió corriendo. El niño lloraba a los pies de un centro de acogida que haría las funciones de una familia adoptiva.
FIN
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