Y dio a luz, entre los escombros, a un precioso niño. Su pequeño cuerpecito se encogía con el frío de la mañana. Quiso arroparlo pero no tuvo con qué. Y entre unos cuantos trapos andrajosos lo envolvió. Lloraba e hizo el amago de darle el pecho. Tuvo la tentación de dejarlo allí, a esperas de que alguien lo recogiera, pero no tuvo el valor. El lazo que los unía era más fuerte que la propia tentación, pues lo había llevado en sus entrañas. Y si allí, lo hubiera despojado, la sombra de la muerte se lo habría llevado.Errabunda, caminaba con él en los brazos y pedía limosnas para sobrevivir, para amamantar a su chiquillo pero no halló respuesta, nadie escuchó sus alaridos de dolor. Y siguió recorriendo calles y callejones en busca de una ayuda que nunca llegaría...
Desamparada, buscó un hueco en el que poder cobijarse de la noche. Había oscurecido y la luna blanca alumbraba como un potente faro de luz. La criatura miraba a su madre con ojos deseosos, esperando recibir un poco de mimo. Una caricia, un beso que le demostrara cariño y afecto. Sin embargo, nada de eso recibió tan solo duras palabras de desaprobación y reproche. Era evidente que el mundo no lo recibía con los brazos abiertos sino que lo acogía con dureza a pesar de analizar la fragilidad de su cuerpo casi desnudo. Instintivamente comenzó a llorar, esperando que alguien callase su boca con un poco de alimento pero se cansó de tanto sollozo y hasta las lágrimas se le secaron.
Que bonito cariño, me ha encantado, es un relato precioso.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte